El Pasillo Obscuro.
El Pasillo Obscuro
Y entonces estaba ahí. No había luces, solo la que entraba de la calle a través de alguna ventana que daba a los extremos de aquel pasillo. Explicar la sensación de inquietud y nerviosismo no era una opción para mi cabeza, más aun cuando estaba intentando recordar todos los panoramas que había imaginado miles de veces, antes de llegar a aquel lugar. Mi vista temblaba y sentía como poco a poco el calor tocaba mi rostro. Creo que había 4 puertas a lo largo de ese pasillo, dos a cada extremo, y al final un camino que no llevaba a ninguna parte. Cada puerta intentaba decirme algo pero no podía comprender cuál era la correcta y que quería de mí. Cuando se tienen estas sensaciones en medio de una situación como la que estaba comenzando, no hay forma de describir cuán increíble podría ser. Por más veces que lo hayas imaginado, no llegas a tener una idea concreta de cómo realmente será, hasta que llega el momento de la verdad. Todo es tan diferente que jamás se acerca a lo que habías planificado.
Mis ojos trataban de enfocar hacia donde tenía que ir y aunque mi vista estaba firme hacia donde quería dirigirme, todo en aquel pasillo me ponía los nervios de punta. Mi mente me preguntaba cada 5 segundos: ¿que va a pasar?, ¿que vas a ver?, ¿será real o simplemente será, otra vez, mi imaginación? Pero, esta vez no había un café ni un trago que hiciera mi mente divagar. Los nervios junto con mi vista nublada por el alza de mi presión sanguínea eran el mejor ejemplo de que aquello era la vida real y estaba a punto de suceder.
De pronto la vi. Era una sombra al final de pasillo que venía justo hacia donde yo estaba. La manera en que se movía era perturbadora y mientras se iba manifestando aquella imagen, con la que había soñado por los últimos meses de mi vida, mi corazón y mi pene reaccionaron como dos caballos listos para emprender una carrera sin fin. El movimiento de su cuerpo era perfecto. La forma en que aquel traje negro se movía por el contorno de sus caderas me sofocaba de una manera alucinante. Seguía ahí parado, al extremo del pasillo, tratando de enfocar aquella imagen que en el momento en que se materializó logró su cometido: dos latidos profundos, uno en mi pecho y el otro en medio de mis piernas.
Su pelo negro azabache y sus ojos obscuros como la noche hacían que no postrara mi mirada en nada más, haciendo que las puertas y la obscuridad de aquel lugar no estuvieran más en mi panorama. La manera fija en que posaba su mirada en mí levantaba más aún el deseo que llevaba acumulado, junto con la incertidumbre de lo que pasaría cuando ya estuviera mas cerca. Fue entonces cuando escuché, casi como un susurro, aquella voz tan dulce y sensual que me dijo…
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“Hola, extraño”
Y en ese preciso momento entendí que lo que estaba pasando era totalmente real. De inmediato, le contesté.
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“Hola, extraña”
Me fui acercando poco a poco. Mi corazón seguía cabalgando a un ritmo acelerado hasta que la tuve de frente y me dijo:
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“¿Te he dicho que me encantas?” Para luego de esas palabras bajarse de sus hermosas tacas, sin dejar de mirarme a los ojos, dejando su rostro a la altura de mi pecho.
Siempre imaginé como sería tocarla, como seria tenerla pegada de mí, y aunque los nervios seguían jugándome trucos, llegue a un punto donde me dije a mi mismo: ¡que se joda….!
La atrapé por su cintura y la pegué de la pared. La miré a los ojos y le dije:
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“Así es que soñé tenerte”
Ella me miraba entre asombro y ganas, solo para atrapar mi boca con la suya y morderme mi labio inferior suavemente diciéndome:
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“No puedo creer que estés aquí. Hagamos este sueño realidad.” Mientras no dejaba de probar toda mi boca.
Todo surgió tan rápido que aún no había caído en cuenta de que lo que había imaginado estaba pasando. Ella se había convertido en una fiera, pero de lo que aún no se había dado cuenta era que yo estaba igual o peor que ella. Yo quería probarlo todo y por un instante, que resulto ser eterno, no sabía por donde empezar. Miraba su boca, su cuello, su pelo, su mirada tan sensual inyectada de deseo… que no había forma humana de saber como comenzar. Así que, como buen caballero, pegué mi barba sutilmente a su cuello y mientras sentía su olor y probaba su oreja pude entender muy bien lo que tenía que hacer. Luego de haber probado sus húmedos labios y aquella lengua flameante de deseo, bajé mis manos poco a poco por su cintura. Hice que mis manos fueran de menos a más y cuando pude llegar hasta su hermoso y pronunciado trasero, mis manos no pudieron contener las ganas de tocarlas con pasión y apretarlas como si fueran mi más deseado tesoro. Pude sentirlas. Eran suaves, sensuales, cariñosas… pero al mismo tiempo, me dejaban saber cuán sedientas estaban de mí. Fue entonces cuando, luego de apretarlas sin contemplación, pude separarlas y sentir como ambas dejaban expuesto uno de mis más grandes anhelos. La apreté tan fuerte que cuando sentí que ya no había escapatoria la pegue hacia mí para que sintiera mi miembro, que estaba soltando chispas de placer sin misericordia, loco por tocar y sentir su piel aunque fuera por encima de aquel embriagante traje negro.
La pasión nos consumía. Mi boca, su boca, su cuello, su pelo, mi pene, sus tetas y su coño hacían que mi viaje hacia el paraíso no fuera suficiente. El deseo seguía aumentando y sentía como me bajaba una gota de sudor por la nuca. Mi presión estaba por las nubes y yo me sentía en medio de todas ellas. Así, la tome por sus caderas, le di media vuelta y la pegué contra la pared, de espaldas a mí. Acto seguido me pegué a ella. Mordí su cuello suavemente, moví su pelo hacia el lado y probé toda su nuca, incluyendo sus orejas. Mis poros se erizaban de solo saborearle. Mientras levantaba su traje, pegué mis caderas de su hermosas y suaves posaderas y comencé a pasar ambas manos suavemente, pero con mucha firmeza, entre sus piernas,… de atrás hacia adelante. Iba tocando el interior de sus muslos y cada vez que bajaba y subía, mis manos tocaban y sentían como su vagina estaba cada vez más mojada. Las caricias, a pesar de mi descontrol, eran suaves y apasionadas pero precisas. Seguía pasando mis manos de abajo hacia arriba. Era tanta su excitación que aun a través de su ropa podía sentir la erección de sus pezones y como su humedad había pasado de un simple latido a un desborde sin control, dejándole saber a mis manos que estaba lista para lo que yo quisiera hacer con ella.
Pasé mi mano suavemente por su coño para experimentar aquel río que no dejaba de correr hacia mis dedos. Al ver tanta humedad fue imposible no sacar mi mano y meter mis dedos en mi boca para probar el dulce sabor de su entre pierna, que en aquel momento era toda mía. Estaba tan extasiado que la miré y sin preguntarle, luego de probar mis dedos, puse mi mano en su boca y ella chupó cada uno de ellos probando así mi saliva y su flujo, convirtiendo aquello en un manjar único de sexualidad bruta.
Bajé nuevamente mi mano e introduje mis dedos hasta que tuve su clítoris entre ellos y sin pedirle permiso comencé a frotarla suavemente. Enseguida sentí como se acercó a mi oído y dejó escapar un gemido hueco, casi vacío, pero tan sensual que me dejó saber cuanto estaba disfrutando de ellos. El ritmo que llevaba iba de menos a más, al igual que su respiración. Los besos descontrolados eran la orden del día y en el momento que mas excitada estaba le dije:
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“¡Voy a probarte!”
Así que me bajé, moví sus bragas hacia un lado y sin temor a nada pegué mi boca con fuerza hasta que encontré con mi lengua su clítoris. Ya con él en mis labios dejé que mi lengua hiciera su trabajo mientras la apretaba fuertemente por sus caderas hacia mi rostro. Seguía chupando y chupando suavemente, pero sin control. Sus manos en mi cabeza me confirmaban cuanto lo estaba disfrutando. Eso hacía que mi excitación pasara a otro nivel en el cual sabía que se acercaba el momento de hacerla mía. Me puse de pie y aun con mi boca llena de su entrepierna no dejaba de besarme. Solté mi correa y baje mi pantalón un poco para dejar salir mi pene. Para mi sorpresa, ella había estirado su mano y me dijo al oído:
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“Ahora soy yo la que quiere probar.”
Acto seguido se puso en cuclillas, acercó su boca a mi pene y mientras me miraba fijamente a los ojos comenzó a chuparlo sutilmente. El movimiento de su cabeza y la presión que ejercía en mí era perfecta. No era alocado, era sutil y preciso. Con una mano me apretaba fuerte, como si no quisiera que se le escapara nada, y con la otra acariciaba mi espalda suavemente. Yo estaba listo y sabia que ella también, así que luego de unos minutos la tome por los hombros, la puse de pie, subí su traje y puse mi pene entre sus piernas. Aquel movimiento fue tan automático que su reacción fue similar al abrir una caja fuerte. En el momento que la toqué con mi miembro una de sus piernas se levantó y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba alrededor de mi cintura, haciendo lo necesario para que yo me acomodara mejor y tomara el control de lo que iba a pasar. Los besos y las caricias no paraban, pero fue en ese momento perfecto mientras besaba su cuello y lamía su oreja que le dije:
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“Por fin voy a estar dentro de ti”
Acto seguido, la penetré. El calentón en mi glande fue instantáneo. Mi cuerpo se erizó por completo. Su humedad se encargó de arropármelo, preparándolo para la labor que quería y logrando así que todo fuera perfecto. Su respiración había subido de tono ese gemido ahogado, mientras sentía como mi grueso pene iba haciendo espacio. Sus gemidos fueron música para mis oídos. Sus ojos almendrados se habían vuelto más pequeños de lo normal debido a lo que acababa de suceder. Su mirada, inyectada de fuego y placer, no dejaba de mirarme mientras yo seguía empujando e iba haciendo camino entre sus labios interiores con toda la intención de llegar hasta el final, donde ambas caderas chocaran dejando saber que ya lo tenía todo adentro.
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“¿Me sientes?” Le pregunté.
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“¡Si! Los siento todo”. Respondió.
Entonces comenzó el baile. La sintonía era perfecta. Nuestras caderas parecían hechas una para la otra. El movimiento y el ritmo eran sinfónicos, no dejando espacio a ninguna nota musical desafinada. Ya no era una sola pierna. Mi grado de excitación era tal que la tomé por las caderas y la levanté hacia mí logrando que sus dos piernas quedaran perfectas en mi cintura, cual cinturón ajustado, afincándola contra la pared para de esta manera tenerla segura mientras no paraba de moverme y penetrarla con fuerza. Sus brazos seguían alrededor de mi cuello mientras me mordía los hombros. Podía escuchar como liberaba pequeños gemidos de placer en cada estocada que le daba con pasión. El control de los dos ya no era una opción y cuando la volvía a mirar con mi rostro rojo y sudoroso por el placer y la fuerza con la que la penetraba me dijo:
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“Bájame. Quiero que me cojas en cuatro.”
La bajé enseguida. La puse de espaldas y subí nuevamente su traje hasta la cintura. Puso sus manos pegadas contra la pared y mientras me miraba por encima de su hombro izquierdo me dijo:
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“Métemelo”
Me agarré muy bien el miembro y mientras la agarraba con una mano por las caderas, con la otra lo acomodaba bien, encajándolo de golpe en su vulva. El gemido de aquella penetración se convirtió en un grito ahogado de gusto, de placer, de deseo, donde lo único que ambos queríamos era seguir al mismo ritmo hasta que llegáramos al placer infinito. El golpeteo de mis caderas se había salido de control. No podía detenerme y mientras la tenía sujetada por las caderas liberé una de mis manos para darle una nalgada y escuchar como me decía:
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“¡Otra más!”
Y así seguí hasta que vi lo rojas que se habían puesto. Fijé mi mirada en aquella melena negra y sin decirle nada lo acomode y le dije desde donde estaba:
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“¡Esto es lo que quería hacerte!”
Acto seguido, muy sutilmente la tome por el pelo y continué sin control. Sus caderas pegaban tan fuerte en las mías que todo su cuerpo temblaba y el sonido del golpeteo era alucinante. Quería preguntarle si estaba bien, pero cuando me disponía a hacerlo sentí como todo su cuerpo comenzó a trincarse y me dijo totalmente enloquecida:
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“¡No Pares!”
Había llegado el momento y lo podía sentir. Estaba a punto de estallar de placer y yo lo sabía. Su lenguaje corporal era descontrolado y eso me volvió tan loco que cuando comenzó a estremecerse de placer, mientras tenía aquel orgasmo intenso, yo exploté de placer, corriendo todo mi semen dentro de ella sin poder detenerme. Todo fue una explosión de emociones donde yo no podía parar de descargarme dentro de ella. Tenía mis ojos cerrados. Fueron tan increíbles aquellos dos orgasmos que ambos podíamos sentir como nuestras piernas no dejaban de temblar. La voltee suavemente hacia mí, puse mis manos en su rostro y mientras la miraba dulcemente le dije:
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“Eres lo más maravilloso que me ha pasado en la vida. Nunca había deseado a nadie así. Eres fantástica. No solo quiero cogerte otra vez, si no que quiero que seas la preocupación de mis días; ese “buenos días” de mis mañanas; ese “hola, ¿estás bien?; y ese “que bueno saber de ti, espero hayas comido” – Para de inmediato posar mi boca sobre la suya y a través de un apasionado beso dejar claro que había nacido algo más entre nosotros dos.
Sus uñas quedaron marcadas en aquella pared blanca y el olor a sexo aún nos rodeaba, El lugar nunca fue escogido, la obscuridad de aquel pasillo no tenia explicación, y si me preguntan como llegué allí, solo diré que eso es motivo de otra historia.
Fin.